Síntomas de que somos tibios

1. Hay falsos deseos de santidad. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia por que serán hartos”. (Mt 5,6). El hambre y la sed de justicia son los verdaderos deseos de la santidad. Y por desgracia son pocas las almas convencidas de esto, y con estas aspiraciones, porque son muchos los cristianos que abandonan el cumplimiento de los mandamientos, y la practica religiosa, en definitiva no tienen deseos de salvarse

  • Hay cristianos que quieren salvar su alma, y con esto se conforman. Su único empeño es evitar el pecado mortal que es quien mata la vida de la gracia en el alma. Así lo solemos decir nosotros o lo solemos oír a otros: ¿esto es pecado o no lo es? Esto es tibieza, porque quizás no sea pecado mortal, pero hay que dar mucha importancia a los veniales, si de verdad queremos ser santos.
  • También hay cristianos que dicen,: yo no hago nada malo. Aun así no nos podemos conformar, que no será del todo verdad, pero es necesario no solo no hacer el mal, sino hacer y mucho el bien, trabajar incansablemente por santificarnos. Esto es una situación peligrosa, al borde del precipicio, porque el que no pone cuidado en evitar lo pequeño, pronto caerá en cosas mayores. Almas poco generosas con Dios y sin deseos de ser santos.
  • Otros cristianos suelen decir a boca llena, que de verdad quieren ser santos, pero de palabra, sin ponerse manos a la obra, más adelante, para otras circunstancias más propicias; para un mañana que nunca llega.

Alma, asómate ahora a la ventana
veras con cuánto amor llamar porfía.
Y cuántas, hermosura soberana,
mañana le abriremos, respondía,
para lo mismo responder mañana.

(Lope de Vega).

  • Y hay otros cristianos que se engañan a sí mismos. Quieren ser santos, pero solamente practicando las cosas más fáciles y sencillas. Lo que cuesta, y duele, lo desechan de su voluntad, y menos buscar abnegarse y mortificarse en algo que les apetece, es más suelen buscar razones para quedarse convencidas de que Dios no lo quiere, y de que no pide tanto, cada uno es como es. En lugar de hacer la voluntad de Dios, que les ilusiona, lo que hacen siempre es su voluntad propia.

Ninguna de estas almas tienen hambre y sed de justicia (santidad) , como dice la bienaventuranza. Esto tiene sus efectos, que se notan y se muestran con mucha claridad. Hacer los actos espirituales y las cosas que miran a Dios y al prójimo por costumbre, rutinarias, sin casi sentirlas.

2. Oración floja: Sin vida, sin ilusión, a la fuerza, y que va siendo cada vez menos tiempo y por cualquier cosa de menos importancia, se deja y no rezamos ese día. “Velad, pues vosotros no sabéis cuando vendrá el amo de la casa”. (Mt 13,35). Muchas lecturas de todo, pero poca meditación sobre lo bueno que se pueda leer.

3. Cometer muchos pecados veniales sin darles importancia: No darlos ninguna importancia, y hechos a propósito, sin ningún empeño por evitarlos. Sí, nos preocupamos de salvarnos, no nos queremos condenar, pero con no pecar mortalmente nos conformamos. Dice al respecto Santa Teresa: «De los pecados veniales hacia poco caso, y esto me destruía». (Vida. 4,7).

4. Confesión con desgana: Para que me voy a confesar, si siempre caigo en las mismas cosas, otra vez lo mismo. Sin hacer el examen de conciencia, y si se hace muy rápido, superficial siempre de lo mismo, sin pararme a pensar en que he podido faltar a Dios y al prójimo, sino pensando en mil cosa y proyectos. Se va cegando la conciencia, y lo que antes veía como pecado, ahora no lo es tanto.

5. Se va creciendo en deseos de tener cosas: Deseos de riquezas, se nos va el corazón a todo lo que vemos, todo nos gustaría tenerlo y probarlo, lo que es necesario y lo que es superfluo, querer ver todo, oírlo todo, saberlo todo.
Hace referencia a esto en su doctrina el Concilio Vaticano II: «Quedan, pues, invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar intensamente la santidad y la perfección dentro del propio estado. Estén todos atentos a encauzar rectamente sus afectos, no sea que el uso de las cosas del mundo y un apego a las riquezas contrario al espíritu de pobreza evangélica les impida la prosecución de la caridad perfecta. Acordándose de la advertencia del Apóstol: “Los que usan de este mundo no se detengan en eso, porque los atractivos de este mundo pasan». (1Cort 7,31).

Tendemos antes a la comodidad y al confort, que al sacrificio aunque sea pequeño.

6. Se acentúa más el yo personal: Pues yo no soy tan malo. Pues yo soy muy buen trabajador Pues yo pocas veces me equivoco. Los demás casi siempre, y mucho mas los que nos intenten corregir, o hagan algo que destaque mas que lo que nosotros podamos hacer.

En definitiva, ser tibios es irnos cansando de ser piadosos, no se da valor al fervor. Y podemos caer en un no constante, no es para tanto, no hay que tomarse las cosas tan en serio, etc. El tibio el que vive así siendo mediocre, siempre encontrara los pretextos suficientes para decir que no, a lo que antes decía con gusto que si. Y de la tibieza, de esta desgana al pecado mortal tan solo hay un pequeño paso, y de ahí a no salir de esta situación abandonando el camino de la santidad, no nos engañemos, hay un paso muy corto.

En la comedia de Benavente que titula Los santos para el cielo y los altares: «Explica que a los hombres, nos encantan los santos cuando están ya quietecitos y tranquilos en el cielo y en los altares. Pero cuando están en la vida nos complican, su radicalidad nos molesta, son muy incómodos para nuestra mediocridad».

Como decía un humorista. Vivir con los santos en el cielo es una gloria, vivir con los santos en la tierra, es otra historia.

Si nos sentimos enfermos de algo, aunque sea muy leve, enseguida vamos al medico y procuramos poner los medios necesarios que nos han recetado para curarnos pronto y bien. La pena es que con relación al alma no actuamos con la misma rapidez para que nos curemos cualquier mal que podamos padecer. Para ser santos si descubrimos esta grave enfermedad del alma que es la tibieza, debemos también poner los medios necesarios para que no sea mas grave. Los medios que la Iglesia nos ofrece.

Se ve muy claro en el pasaje del Evangelio en el que Pedro cuando deja de confiar, se va hundiendo entre las aguas. Gran lección para confiar en Dios siempre, que es el que nos llama a ser santos.