Las Violetas es otro de los cafés notables, joya oculta de Buenos Aires, que abrió sus puertas el 21 de septiembre de 1884 en la calle Rivadavia y Medrano que por ese entonces, y a pesar de estar próxima a la Plaza de Mayo, el Barrio de Almagro era un lugar alejado para instalar una confitería tan hermosa como ésa.
El día de la inauguración asistió Carlos Pellegrini en calidad de ministro, poco antes de acceder a la presidencia de la Nación y lo hizo acompañado de distinguidas amistades. De ahí en más, y hasta ahora, sus mesas fueron lugar de encuentro de conocidos personajes de la política, el deporte, las artes y las letras como Roberto Arlt, Alfonsina Storni e Ireneo Leguizamo, entre otros de la época.
Las Abuelas de Plaza de Mayo solían reunirse allí, clandestinamente, simulando festejar algún cumpleaños, para buscar formas de recuperar a sus nietos secuestrados-desaparecidos, durante la dictadura militar autodenominada Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983).
El edificio original se mantuvo hasta la década de 1920 y si bien la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires declaró al edificio ‘Lugar histórico de la Ciudad’ en 1998 su historia sufrió varios reveses, cerró sus puertas el 30 de junio de ese mismo año y durante varios años permaneció cerrado y semiabandonado.
Muchos sintieron que gran parte de su historia, amores, ideas y proyectos gestados a lo largo de durante casi 114 años, desparecían por completo con el edificio hasta que en 2001 comenzaron los trabajos de restauración que le devolvieron su aristocrática belleza al tiempo de recuperar gran parte de la memoria colectiva.
El trabajo fue duro porque los elementos estaban en malas condiciones pero se reconstituyó la boiserie y un prestigioso vitralista fue contratado para recuperar los tres hermosos vitrales que enfatizan los accesos. La iluminación también es como la original ya que se recuperaron las suntuosas arañas que previamente pasaron por un proceso de laqueado y reposición de piezas faltantes o dañadas, procedimiento que también se siguió con los apliques de pared y anillos de bronce que rodean cada una de las columnas; el cielo raso estucado se conservó y reparó y como el piso no pudo recuperarse, se debieron fabricar los mosaicos respetando tamaños, formas, colores y colocación originales.
Las mesas de la cafetería se dotaron de tapa de mármol de Carrara y las sillas de un tapizado bordó oscuro. La fachada se conservó en su totalidad, manteniéndose sus mármoles originales; se removieron las persianas metálicas y se reemplazaron los deteriorados toldos por otros nuevos, con brazos en bronce y tela bordó con inscripciones en dorado.
Una histórica esquina de Buenos Aires que armonizando tradición y modernidad, se resite al olvido y a la decadencia.