El alfajor es una golosina que se consume mucho y habitualmente en Argentina y que, si bien lleva una tradición de más de 130 años, no puede adjudicarse su invención aunque lleve el D.N.I criollo por adopción.
El alfajor es de origen árabe y la palabra se deriva del árabe “[al- hasú]”, cuyo significado es “relleno”. Con la entrada de los árabes al continente europeo, el alfajor ingresó a Iberia y aprendió a hablar en castellano hacia el año 711 durante el período al-Andalus y ya Nebrija lo nombra en su Diccionario latino-español en 1942.
Las primeras referencias de su presencia en América lo mencionan como una ración dada a las tropas españolas, en siglos posteriores al extenderse la conquista a nuevos puertos, la divulgación de recetas milenarias tomó rumbo propio y no fue hasta bien entrado el siglo XIX, que llegó a Argentina.
Según el artículo 132 del Código Alimentario Argentino, el alfajor es un “producto constituido por dos o más galletitas, galletas o masa horneada, separadas entre sí por rellenos como mermeladas, jaleas, u otros dulces, pudiendo tener un baño o cobertura exterior.”
En Argentina, el pionero de esta popular golosina fue don Augusto Chammás quien, hacia 1869, inauguró una pequeña industria familiar dedicada a la confección de confituras. Fue su idea hacer una tableta redonda en vez de rectangular y así comenzó a comercializarse esta tradicional golosina que los argentinos consumen en grandes cantidades.
La ciudad de Mar del Plata es la cuna de los Alfajores Havanna, un clásico ineludible que los turistas deben llevar al regreso de sus vacaciones a pesar de que en la actualidad, se han abierto muchas bocas de expendio a nivel nacional e internacional.
La variedad de marcas en Argentina es innumerable, sin embargo algunos ‘expertos’ consideran que algunos se han ganado un lugar en el cielo de los alfajores, en tanto otros merecen el infierno.