Los radicales libres son moléculas que se derivan de la utilización del oxígeno por nuestras células, están en continua formación en las células del organismo, y en pequeñas cantidades no producen efectos tóxicos. En algunos casos son factores externos como los rayos ultravioleta y determinados tóxicos ambientales (entre los que está el tabaco) los que inducen la formación desproporcionada de radicales libres.
Los radicales libres están relacionados directamente con los procesos de envejecimiento (por destrucción de las fibras de colágeno de nuestra piel), arteriosclerosis, daños en el ADN que pueden condicionar finalmente la aparición de tumores etc.
Nuestro organismo intenta mantener los niveles controlados mediante unas moléculas que genéricamente se llaman antioxidantes… En condiciones normales la producción de radicales libres es neutralizada por nuestros antioxidantes, éstas pueden ser sustancias propias del organismo (las enzimas antioxidantes), o pueden ser sustancias que vienen con los alimentos (la vitamina C, la E y los carotenos, presentes en frutas y hortalizas de color rojo, amarillo o anaranjado, y flavonoides, y determinados minerales como selenio, manganeso, zinc y cobre fundamentalmente). Es por eso prioritario que la dieta aporte la cantidad necesaria de estos elementos para asegurarnos una correcta protección.
Durante la vida, nuestro organismo supera una y otra vez periodos de estrés físico y psíquico en relación tanto con enfermedades menores (resfriados, gripes, etc.), intervenciones quirúrgicas, ejercicio físico exhaustivo, y otras de mucha mayor entidad (infecciones crónicas, enfermedades arteriales en cerebro, corazón, etc, derivada de arteriosclerosis, o procesos tumorales, que obligan a tratamientos con cirugía, quimioterapia y/o radioterapia).
En estas circunstancias, el aporte de sustancias antioxidantes en cantidades mucho mayores que las habituales es fundamental para controlar el daño que provocan en nuestros tejidos los radicales libres.